Al igual que la anorexia nerviosa, que está catalogada
como un trastorno de origen psiquiátrico, la pregorexia requiere de un equipo
multidisciplinario que incluye a un psiquiatra, un psicólogo, un nutriólogo,
además del ginecólogo que es el que suele detectarlo durante el control del
embarazo.
“Por las características del trastorno, son embarazadas a
las que les cuesta mucho empatizar con su guagua. Uno puede decirles ‘mira, tu
guagüita está en riesgo’, y no lo van a dimensionar probablemente hasta que
nazca su hijo. No logran contactarse con el sufrimiento del bebé o del marido
que suele estar muy preocupado. De hecho, muchas veces es el marido o la pareja
quien advierte al médico que la forma en que ella se alimenta no es saludable”,
explica María Ignacia Burr, sicóloga especialista en trastornos de la conducta
alimentaria de la Clínica Las Condes. (Burr, 2010).
La psicóloga agrega que las mujeres con pregorexia suelen
tener una personalidad rígida, por lo que es importante apoyarlas y darles
herramientas para que toleren de mejor manera el aumento de peso durante el
embarazo. “Les cuesta muchísimo aceptar el cuerpo nuevo. No solo la guata, sino
las pechugas o las caderas más grandes. O sea, ellas no se ponen contentas
cuando les dicen: ‘¡Qué lindo, ya se te nota la guatita!’. No gozan el
embarazo”.
Para ayudar a este tipo de pacientes es fundamental para
los médicos ganar su confianza. El doctor Valdivia sigue siempre la estrategia
de bajar el perfil al tema del peso, de manera de empezar a priorizar los
cuidados maternales. Asegura que es indispensable contar con el apoyo del
entorno familiar (el marido, la madre de la embarazada o una hermana), para
asegurarse que coma y tome hierro y vitaminas.
Pero si la vigilancia del entorno no es suficiente y el
bajo peso de ella pone en riesgo su salud y la del feto (que se mantiene en un
bajo percentil de crecimiento), la indicación es la hospitalización para poder
monitorearla de cerca.
“Son mujeres que necesitan que las acompañen y cuiden,
incluso durante el posparto, porque ellas mismas no son capaces de cuidarse a
sí mismas y pueden requerir más apoyo para armar el vínculo con su hijo”,
observa la psiquiatra Patricia Cordella, jefa de la Unidad de Trastornos de la
Alimentación de Red de Salud UC Christus. (Cordella, 2010)
En estas madres hay, además, mucha culpa. “Culturalmente
se supone que hay que estar contenta con el embarazo, pero ellas lo pasan mal,
porque el trastorno que tienen ocupa mucho espacio en sus mentes”, señala la
doctora Cordella.
“Es duro para ellas. Porque, al estar embarazadas, no solo
están dejando de subir de peso, sino que se está dañando al feto. Pero no
pueden controlarlo. Y les pesa. Se sienten juzgadas porque el resto se los hace
saber todo el tiempo”, añade Daniela Gómez.
El tema central no es la falta de amor. “El trastorno no
inhibe el instinto maternal. Pero distorsiona la percepción de sí mismas: lo
único que quieren es verse delgadas y, al estar embarazadas, se encuentran
gordas”, dice el doctor Valdivia. (Novoa, 2014).
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